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martes, 29 de julio de 2008

Capítulo 50


L
Permanecí así, acurrucada dentro de mí misma hasta más allá del mediodía.... refugiada entre aquel frío lacerante que me atravesaba pese a las pieles apiladas sobre mí, ajena al hambre y otras necesidades.... Obviamente rechacé recibir la visita de Cornelia... Ni siquiera quise saber nada de Marcia.... Cuán verdaderamente solitaria iba a ser mi existencia a partir de ahora ... Además de ser enviada a la fuerza , como un mueble, a aquella "domus", cuyos "lecti" pudieran hasta guardar restos de nuestros fluidos corporales... Sin embargo, hoy era la Fiesta de “Anna Perenna”, en la que todos, todos los años desde que nací hasta el momento en que tuve que empezar a guardar una fidelidad de digna matrona romana, mi familia entera, Lucio Calpurnio, Rutilia ...dioses….Rutilia... mi hermano y mis amigas íbamos al templo para las celebraciones.... Siempre fue un día de ilusión, frescura, alegría serena, de acuerdo con la promesa de vida renovada que era en realidad el significado de aquel día.... Aquel intenso olor a flores recién cortadas mezclado con los olores a incienso…. los mismos efluvios que en este momento parecían penetrar por mis poros y fosas nasales hasta entorpecer mis conductos respiratorios y hacer brotar aquella marea de lágrimas desgarradas, salvajes, que, por fin, salían a flote, arrastrándome, despojándome de aquello intangible que, dentro de mi ser, parecía haberme defendido, durante tanto tiempo, de una postración fatídica…. Tuvo que ser el propio Lucio Calpurnio Pisón quien me encontrará así, con el rostro aún enrojecido, la respiración pesada…. ¿por qué, por primera vez en su vida, había entrado en mi “cubiculum”, sin previo aviso, mientras yo tapaba con desconcierto atemorizado mi desnudez aún sucia de tu semilla y mis propias secreciones?.... Palidecí tanto como su rostro, céreo en aquel instante, al verle encorvado, apoyándose desfallecido en el quicio de la entrada…. Mis ojos le interrogaban… Comprendí que él también se encontraba demasiado débil para llorar o gemir como hubiera querido….
- Hija…. –Se precipitó hacia mí, hundiendo la cabeza entre las pieles. Percibí como se convulsionaba débilmente. Decidí esperar. Quizás tú ya le habrías informado de cuanto había ocurrido aquella mañana entre nosotros….
-…. Veintitrés…. Veintitrés puñaladas…. Una por cada uno de aquellos senadores, incluyendo ese Décimo Bruto ¡ al que llegó a incluir en su testamento! …. – La voz, irreconocible, tomó aliento para proseguir. – …. el mismo hijo de Servilia…. – …. Dioses ….no…. mi Porcia …. – …. el cuñado de Bruto …. Incluso Cornelio Cinna … ¡su antiguo cuñado, el hermano de aquélla por la que se enfrentó al propio Sila!....
No pudo seguir hablando …. Como yo misma, un rato antes, se desmoronó sonoramente entre mis pieles, mientras que los siervos se agrupaban a la entrada el “cubiculum” ,alarmados, más por sus alaridos que invadían el peristilo que por lo que acababa de conocerse en Roma. El hombre cuyo semen pudiera haber arraigado hoy en mi vientre yacía en medio de un charco de sangre en la Curia Pompeyana. Con cautela, saqué mis brazos desnudos del cobertor y le abracé, contagiada de sus sollozos atronadores, dejando que mis lágrimas calientes empaparan su pelo, ya casi blanco, desprendida de mi ser, dejándome fluir en el abandono….
- Calpurnia , mi niña, Calpurnia…. – La voz de Cornelia, rota, desmayada, se cernía sobre mis ojos sin vista…. Me dejé arropar sin resistencia por su abrazo de madre, mientras que otra mano femenina, la de Marcia, tomaba las mías en silencio, con la complicidad propia de quien también perdiera violentamente a su hombre antes de tiempo, acariciando con la otra mi pelo sudoroso, su cabeza junto a la mía y a la de la envejecida Cornelia….
Era casi el atardecer cuando el carro llegó a la “Domus Publica”. Fue mi padre, ayudado por Cornelia, Marcia y Marcio Filipo, quien se encargó de tramitarlo todo así como de encargar a tu médico personal el lavado y adecentamiento del…. cuerpo. No me dejaron verlo bajo ningún concepto ni se me explicaron detenidamente cómo se habían producido las heridas hasta días más tarde. Fue una decisión sensata : no habría sobrevivido al hecho de tenerte ante mí cosido a puñaladas, con el rostro y los genitales destrozados…. Nadie ajeno a nuestra familia vino a vernos aquella noche , que pasé abrazada a mi padre, Cornelia y Marcia… no, en realidad ¿por qué iba a desear ver a alguien?
- Me preocupa ….Antonio. – Cornelia, ausente como una sibila, rompió el silencio. Todos la miraron interrogantes y sorprendidos… todos excepto yo. – ¿Cómo es que no estaba dentro de la Curia? –Mi padre la miró, asintiendo. Un siervo llegó en medio de la noche y se dirigió a él. Sí, realmente ella parecía haber tenido algo de sibila.
-Marco Antonio ha venido a presentar sus respetos. – Lucio Calpurnio anunció. Inmediatamente después, allí estaba. Enorme, convenientemente compungido, con una toga bajo la que se destacaba el abultamiento de la coraza… No recuerdo sus palabras y ni siquiera fui capaz de prestar suficiente atención….
- Hija…. Marco desea tener acceso a todos los documentos de tu marido así como a sus haberes.... – Me hablaba despacio, mirándome fijamente a los ojos…Sí, mi padre era consciente de que me encontraba fatalmente mermada de facultades…. pero….¿por qué no hacía nada? ¿Cómo consentía que ese impresentable lo acaparase todo? Creo que en el fondo yo estaba convencida de que todo cuanto había sucedido no era más que un mal entendido y que, al día siguiente, tú regresarías para poner las cosas en su sitio…
No sólo se llevó Antonio el cofre en el que guardaba tu pequeña fortuna, por llamarla de algún modo, junto a tus legajos y cartas sino además el testamento que mi padre tuvo que ir a rescatar de la Casa de las Vestales. Creo que mis amigas y yo compartimos el mismo escalofrío al verle hacerse cargo de todo cuanto tú mismo habías controlado tan sólo unas horas antes. Y de la complacencia de mi propio padre. Claro que de todo esto yo aún tardaría unos cuantos días en ser consciente. Aún me quedaba toda esa madrugada entera para, al amanecer del día siguiente, bajo el influjo de aquellas infusiones que Cornelia conocía magistralmente, hacer un esfuerzo por recuperar toda aquella vida que, al igual que la tuya propia, se me había ido arrebatando desde la mañana de aquel día de “Anna Perenna” del año 709 a.u.c.