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lunes, 14 de abril de 2008

Capítulo 6

VI


Blodwynn....¿Por qué?.... Mujer-flor.…Hembra sobrenaturalmente seductora....Sombra oscura ¿ominosa?

La que sacaron del vacío para satisfacer al solitario Gwydion....la que no nació del placer entre hombre y mujer y sí tan sólo para dárselo a quien participaba de su naturaleza suprahumana.... .Flora.... Blodwynn... -- La voz templada por la miel y el vino caliente resinoso, casi griego, iba desgranando palabras. Blodwynn... Una modulación cálida, casi cadenciosa….más grave, incluso viril… Entre mis pestañas, aún pesadas, empezó a tomar forma un rostro marfileño, absolutamente pálido y, sin embargo, no exento de cierta luminosidad interior a través de los surcos a ambos lados de los labios que en tiempos podrían haber tenido un rictus cruel. El cabello, demasiado largo para un romano, estaba trenzado de forma similar al de Blodwynn, entreverado de oro, carmesí y gris El centelleo gris azulado, casi transparente, estremeció mis pensamientos. ¿Eran acaso tus propios ojos? Podría ser de una edad similar a la tuya….o algo mayor, como Cornelia, a quien me estaba comenzando a recordar de forma cada vez más patente. Intenté no ser grosera, evitando incorporarme bruscamente del lectus e inquirirle preguntas a borbotones sobre lo que me acababa de ocurrir. Sólo sabía que debía esperar, alerta a cuanto tenía que serme comunicado.

Mi señora Calpurnia…. – La mirada perdida y transparente continuó cerniéndose sobre mi postración, que comenzaba a desvanecerse. Entre la fina red de arrugas, sentí que fluía desde una vida más allá del tiempo…. Se había percatado, no obstante, de mi mirada vagando por los pliegues de su túnica, tejida con un lino de un matiz color musgo alternando con otros de hojas próximas a marchitarse. Nada que ver con el carmesí, púrpura, ocre, azul o verde jade que una ve en la ropa de diario. Sus manos finas, marmóreas, tan como la tuyas, apretaron levemente la mía de una forma paternal, conscientes del temblor helado que circulaba por ellas, del palpitar húmedo que seguramente había hallado entre mis pestañas. ¿Por qué? Su intuición le hizo llevar por un instante la mano a mi vientre….

¿Es tu vientre el que te aflige, pequeña Calpurnia?.... ¿Qué vas a hacer, pequeña mía?

Leí todo en aquella mirada gris, profunda, intemporal: aquellos meses de soledad dentro de la Domus publica, aquella desolación yerma de la que nunca quise hablar porque ni siquiera quería ser consciente de ella. Ni siquiera Marcia o Porcia lo sabían. Me habría sentido humillada. ¿Cómo admitir que la propia esposa del Gran Hombre se sentía internamente seca, sola, desplazada? Sí, mi padre es estrecho colaborador tuyo….pero vive para su carrera política y los negocios. Ni siquiera ha vuelto a tomar esposa….al menos, de forma oficial. Mi madre… ¿por qué este personaje tendría que habérmela recordado?

Señora….Tu madre, mi señora Calpurnia…. – ¿Qué quería decirme?.... En absoluto tenía aspecto de ser un hombre vacilante o inseguro. Parecía proceder de aquel fondo arcano de saber del cual alguna que otra vez a lo largo de mi vida yo había tenido una ligera intuición: todo el conocimiento acumulado a lo largo de toda la historia del mundo se habría ido guardando en un lugar más allá de lo tangible… Mi piel tembló: ¿Por qué tendría que haberme venido esta idea ahora? Aquel fulgor helado al fondo de sus ojos grisazulados, intemporales… “¿Qué sabes de mi madre, hombre sabio?” Fue mi mirada, que intuí llena de temor, más que mi voz, la que parecía interrogar a aquella máscara arcana, velada por las trenzas cobrizas de la barba entreverada de hilos cenicientos. Aquellas trenzas que parecían tener vida propia, como si cargadas de una rara fuerza vital…. ¿Era también el efecto del vino especiado que había provocado mi anterior desvanecimiento? Por fin, pareció que el hombre sonreía, iluminando la máscara y mostrándose increíblemente más joven de lo que pudiera ser dentro de su intemporalidad, más allá de las arrugas que velaban, junto a las pestañas translúcidas, aquel rostro de palidez alabastrina que, en su juventud terrenal, podría haber sido extraordinariamente bello. ¿Por qué había aquel destello de Cornelia Sila en él?

Señora Calpurnia….Déjame hacerlo…. A fin de cuentas yo podría ser para ti como un padre de edad más que avanzada…. – Las manos finas, alabastrinas, veteadas de azul ceniciento y violáceo, se posaron en mi vientre plano y seco de veinticinco años.

Tu madre, señora…. Y la mía… Las dos desaparecidas siendo niños tanto tú como yo…Las dos fundidas en la Gran Fecundadora. Llámala Venus, Vesta, Diana… La Madre Eterna de todos, tanto de romanos como de galos, britanos, de los pueblos más allá del Mar Romano…. La madre de piel oscura que hace vibrar la tierra para propiciar su fecundidad. Tú también eres parte de Ella… Eres Ella…. – La profunda mirada clara, azul, casi plateada, se hizo especialmente luminosa, abarcándome toda en una ráfaga de tornasol y plata, ondulante como un mar en calma, soleada… ¿Era acaso el mismo de Cumas…o el de Herculano ¿O quizás Pompeya? Aquella forma
plena y femenina, dentro de una oleada de amatista, surgiendo de la espuma batiente de una orilla.

plena y femenina, dentro de una oleada de amatista, surgiendo de la espuma batiente de una orilla. Un amago de Venus Marina. Venus Pompeyana.... Sólo que en lugar de timón en su mano derecha parecía señalarme una nave. Aquellos destellos dorados y esmeraldinos que, desde la mirada, parecían envolverla en jade y aurora, fundiéndose con aquella fuerza de resplandor perlado, fecundo, como una luna alternativamente creciente y llena, se fundía con la cabellera ondulante de oro carmesí….como aquellas trenzas, diminutas, infinitas, traspasadas por el tiempo, que ahora rozaban mis manos en una despedida silente, ajena a todas la preguntas que me desbordaban, ansiosa por calmar aquella inquietud húmeda dentro de aquel vientre de cuya inutilidad yo jamás había querido ser consciente antes de ahora.




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