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miércoles, 9 de abril de 2008

Capítulo 2

II
 
 

Mi señor.... ¿Por qué me sigues acechando? ¿Acaso quieres, necesitas de mí algo que aplaque este sin vivir y propicie tu serenidad perpetua? De tenerte aquí, sonreirías, lúcido y deslumbrante, como era habitual en ti, ante todas esas creencias de los galos que también - ¡es curioso! - compartían los estoicos. Todo cuanto eres tú, según ellos, desaparece con el fluir de las cenizas entre el viento y los rescoldos hirvientes de las pavesas. "Mi dulce Calpurnia, esposa ¿vas a creer todos esos delirios propios de un demente manipulable como Bruto, cuyos remordimientos no hacen más que agravar ese desequilibrio suyo congénito? Todas esas cartas inmensas llenas de historias que le manda a Servilia desde el frente.... "Claro, domine, ¿como podrías continuar hablando? Es un tema cenagoso que ha de eludirse. Servilia....la voraz, experta, madura, hambrienta dama de nobilísima, rancia estirpe.... ¿Por qué, domine, yo habría de representar un papel de peón en su vida? A fin de cuenta, no te di hijos ni herederos. Claro que....
Ella. ¿Cómo podría imaginarme a la descendiente de un general macedonio tan insignificante, negrucia....con esa nariz que oscurecería a la del mismo Marco Porcio? (Marcia la consideraba noble, digna de un verdadero romano) Pero allí estaba esa sonrisa abierta y desconcertante, capaz de despertar un hechizo envolvente que te impelía a contemplar en ella a alguien tan genuino, afable, digno de confianza....y esa voz que era varias, dotada de tantas tonalidades como un instrumento múltiple, capaz de ser tañido con una riqueza ilimitada de matices. Indudablemente, fruto de aquel conocimiento oculto y ajeno a todo lo que conocemos como humano del que él mismo me habló. Era....sí, ya recuerdo:el modo en el que utilizaban la música y el sonido para lograr efectos variados. Todo aquello que...él me contó. La historia de aquel saber atesorado por los
me contó, la historia de aquel saber atesorado por los supervivientes del reino sumergido del que hablaba Platón que lograron llegar a Egipto. ¿Acaso ella nunca te habló de ello? Quizás jamás se habría atrevido. Seguramente era un misterio reservado a los iniciados. Sin lugar a dudas era una sacerdotisa del Antiguo Saber. Quizás la Gran Sacerdotisa..... Sí, esos inmensos ojos de oro filtrándose hasta lo más sutil de tus entrañas, haciéndote olvidar la insignificancia de su porte nada regio. Y, sin embargo, yo misma, de bastante mejor estatura y busto más sensual....Sólo una Gran Sacerdotisa del Saber Arcano genera fertilidad en la tierra a través de su propia fecundidad. No sólo es una creencia aceptada oficialmente allí en Egipto sino que además hemos tenido que doblegarlos a aceptarla como real. Cesarión.... ¿Por qué, señor, tus ojos transparentes y pelo de lino ralo tienen tanta fuerza ? ¿Por qué se transmiten tan despiadadamente con la fiereza de tu sangre? Si al menos ese pobre diablo fuera renegrido, raquítico, trompudo....como ella.¿Por qué yo, esposa legal del señor del mundo romano, no pudiera haber ejercido también como una especie de Gran Sacerdotisa y, siendo fértil para ti, también serlo para Roma? Yo, que ni siquiera tuve derecho a ser virgen vestal. No, claro; mi padre ya había escudriñado su propio horizonte tiempo atrás. Mucho antes de que desposaras a Pompeya Sila y llegaras a Pontífice Máximo. Sólo que se adelantó tu madre y, tan sabia, tu íntima amiga de todas las tardes allí en vuestra "ínsula". Por cierto, creo que extrañaré dolorosamente todas estas plantas que cuajan el peristilo. ¿Recuerdas que eran brotes traídos por la propia Aurelia de la insula? Sinceramente, creo que son lo que hacen que la presencia de ella permanezca aquí tras tanto tiempo. Sin lugar a dudas, no consentiré en irme de aquí sin un brote de cada planta. Será como tener a tu madre allí en casa. Me hará olvidar la estrechez de ese peristilo nuevo. Bona dea! Domine....Cayo.... ¿Por qué aún me siento sin fuerzas para llamarte por tu nombre? No sólo son los veinte años largos - casi treinta - entre nuestras edades. Fue cuando venías a casa y me levantabas en brazos para besarme. "Mi niñita Julia....es casi de la misma edad".Mi pobre Julia.… Dulce Julia.... Nunca te conté que Magno me dejó aquella túnica leve y rosada que, a veces, se ponía aquí poco antes de casarse. Irónica supervivencia la del ser estéril mientras que otros fértiles mueren gracias a una fecundidad yerma. ¿De qué les sirvió, a Julia y a su madre, ser masacradas para dar a luz cadáveres? Perdona, amor.... Quizás tus ojos se estremecen con esas lágrimas únicas, que nadie jamás vio antes, tributo al recuerdo de aquella chiquilla de la que tanto hablaba tu madre, hasta el punto de que yo misma soy incapaz de evocarla sin conmoverme, pese a no haberla conocido ¿Cornelia? Sí pero una Cinna. Y, pese a todo, tan similar al oído, aunque radicalmente opuestas en el físico. Una, según tu madre, menuda, morena, dulce, discreta....Cornelia Sila, sin embargo, con esa melena sedosa de oro rojizo restallando contra el cutis de mármol translúcido. Tan parecido al de aquel pueblo del que me hablara él.....
No, nadie en Roma debería hablar del tema en voz alta: lo verían como algo nefas
que pudiera afectar a la prosperidad de nuestra tierra. Es verdad que jamás antes hablé de esto contigo ¿Acaso habría sido posible, con tu presencia ausente, ya fuese en campaña o entre las sábanas de ellas? Tampoco lo habría hecho de haber contado con tu presencia a lo largo de todos los días de nuestra unión. Del mismo modo que desestimaste mi opinión aquel amanecer, desdeñando mis avisos ¿Cómo tú, mi señor, ibas a desacreditar públicamente tu prestigio de soldado, postrándote ante los delirios insomnes de una mujer a la que has privado de una fecundidad que no escatimaste a otras? No, mi señor: quién lo esperaría de ti. Claro que si hubieras adivinado la premura con la que tu querido Antonio nos iba a exigir, a mi padre y a mí, la entrega de tu última voluntad.... ¡Mi querido señor! Una decente provisión de trigo y sestercios para cada ciudadano, sin privarles de pasear por tus jardines, los mismos que ampliaste junto a la Domus Publica para mí y tus "niñas".... y tu cándida, callada esposa, retirada a toda prisa a una pequeña vivienda. Mi padre ha insistido en que, ya que me niego a mudarme a su villa de Pompeya, que, por cierto, está terminando de reformar, acepte los servicios de sus siervos para arreglar mi nueva casa, “ que, al menos, parezca digna de una matrona tan ilustre “. Los mismos artistas griegos que le están haciendo los murales en Campania podrían darle una luz diferente a nuestra casita del Palatino. Profundizar las estrechas estancias mediante el diseño de arcos que den a habitaciones simuladas mediante los colores de la aurora, el verde de los ríos y el dorado del sol poniente, con supuestas vistas a un cielo de ocaso con el mar encrespado, verde y veteado de dorado oscuro, debajo….como el que se divisa desde las galerías pompeyanas . Incluso ha sugerido colgar parras y vides en el peristilo. Ha insistido en poner columnas y zócalos de mármol y jaspe. “Una viuda de tu abolengo no puede limitarse a vivir entre ladrillos y hormigón, como los vicini de las insulae….” Ha llegado a proponerme que, al igual que él, tenga un compluvium con la efigie de Venus Felix formada a base de tesellae en el fondo. Una especie de protección contra….los maleficios. “Ya que Venus Genetrix no fue propicia a su descendiente pese a haberle erigido un templo agradeciéndole la gloria de sus victorias ¿por qué no probar el rostro que la diosa lució ante aquél a quien tu esposo llegó a deber la supervivencia?” Sí, domine. Aunque se te desfigure esa hermosa sonrisa arrebatadora…. Él propició que llegaras a llevar a cabo tu obra, mi señor. No puedes negarlo. Gracias a él, triunfaste en Hispania, Venus te ungió en el templo de Gades para desde allí dominar a todos los pueblos galos y las provincias de Oriente. Si él no te hubiera perdonado la vida ¿qué habría sido de ti….y de Roma? Estoy segura de que alguna vez lo pensaste. Siempre lo supiste. Aunque él careciera de toda la clemencia que tú, sin embargo, derrochaste. Dirás, riendo, que fue labor de tu madre. En última instancia, esposo, ¿Quién sabe? Después de todo, recuerdo cuán poco amigo eras de aceptar tantas invitaciones que mi padre te hacía para pasar un tiempo en su villa. Sí, siempre es convincente alegar tu gran acumulación de trabajo. Tus íntimos – si es que los tenías – bien sabían que eran tus reticencias hacia una colonia fundada por él. Nunca lo asumiste. Ni que llegara a dictator cuando a los treinta años no era nada pese a su rancia estirpe patricia y
habiendo transcurrido su vida, hasta esa edad, al borde del abismo, sin una Aurelia que controlara su educación. Sí, esposo, bien sabías que tras él no había una madre-padre moldeadora y que no era un cachorro mimado del viejo estamento patricio….sino alguien que luchó por reedificar su dignitas aletargada entre las imágenes de los antepasados que, milagrosamente, su padre no quemó durante una de sus borracheras No, claro, lo patricio sobrevive incluso en las circunstancias más cenagosas…. Hubo incluso un rey - eso contaba mi padre – que vio en él a Apolo encarnado. Tú también lo captaste, esposo. Y, lógicamente, jamás llegarías a admitirlo. Aquel brote de vida más allá de lo puramente humano ¡Cómo ibas a saberlo, mi señor!
De todas formas, a mí tampoco me seducía ese aire denso de Pompeya, cuajado de salitre, polvo y cenizas, que te reseca la boca. No me extraña que allí haya tantas tabernas y se beba tanto. Además de que a mi padre jamás le pareció un lugar adecuado para una virtuosa doncella patricia. Obviamente, siempre me tuvo en cuenta….para ti. Y, sobre todo, después del escándalo de Pompeya Sila había que mirar más que nunca por mi virtud. No, mi señor…. no me extraña que, a estas alturas de nuestra vida, Marcia y yo hayamos terminado por vivir juntas. Mi pobre Marcia….aún escribiéndole epistolae a su señor. Ya ni siquiera tiene a Porcia como recuerdo vivo de Marco. Yo misma me estremecía al escucharla hablar de cómo ella había entregado su vida al orgullo que sentía por su padre. Cómo se iluminaba; los ojos grises y enormes - ¡los de él! – flotando desasidos de su persona, recordando cada palabra, cada idea de cuanto su padre le había ido imbuyendo desde la niñez. Siempre creí ver a Marco Porcio renacido dentro de su hija, fiel a sus principios. No, domine Ahora no me importa qué puedas pensar acerca de ello pero….siempre he creído que tanto él como el resto de los optimates del Senado eran sinceros y tenían razones que yo misma comparto. Ese
deseo de retornar al noble espíritu de la vieja Roma republicana. No se trata de la influencia de Porcia o Marcia sobre mí, marido. Necesitamos austeridad, sentido del valor, equilibrio, mesura, contención….Yo misma sé que, cuando deje la compañía de las vestales, tendremos que hacer frente a una sociedad mundana en la que, antes o después, habrá que insertarse, sobre todo cuando mi padre ya no esté entre nosotros. Tú las conoces bien, mi señor, todas esas damas cuya motivación se reduce a lucir joyas cada vez más ostentosas, los muebles de marfil y criselefantino o hacer aspavientos acerca del magnífico pintor de Siracusa que les ha llenado los muros con simulacros de la campiña campana. Con toda seguridad, esta repugnancia y la soledad a la que me impulsaron la ausencia de mi madre y después la tuya propia me abrieron los ojos a nuevos estímulos. No cabía duda de que algo más había de hacerse. No podía resistir
seguir inmersa en el vacío que una vez fuera de Pompeya, privada hasta de la presencia de Aurelia, sin importarme su sombra controladora. De un modo u otro era un refugio impalpable que ahora ya extrañaba. Ni podía acudir a las crías vestales. Ahora, sin su “papá” o “abuelita” alrededor, ya me daba perfecta cuenta de que yo no era más que una especie de cuerpo extraño, ni lo suficiente adulta para ser un referente para ellas ni tan joven para estimular su confianza ; tan sólo me veía reconfortada por las fieles visitas diarias de Porcia, Marcia y Cornelia. Ella bien sabía que, al carecer del estímulo intelectual que Marco Porcio había proporcionado a su hija desde pequeña, mi existencia carecía de un aliciente que nutriera a fondo mi vida y así paliar la inmensa ausencia de esposo, madre ….hijos. Porque tenía conocimiento de que habías dejado descendencia, algo que, obviamente, Aurelia no me había revelado. Aunque sabes que mi padre jamás lo habría tenido en cuenta. Más aún, sonreiría con indulgencia….


 
 







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